Los jedi, el ego y San Ignacio de Loyola, aprendizajes para la vida
Tras varios meses en blanco al fin reúno el coraje para ponerme delante del ordenador y retomar la escritura. Me comprometí conmigo mismo a escribir semanalmente un post para mi blog, y no supe estar a la altura de tal compromiso.
¿Fue falta de ganas o falta de ideas? Sinceramente, ni la una ni la otra. Fue falta de valor.
Falta de valor camuflado de muchas otras cosas, no tan hirientes de reconocer. En mi cabeza preguntas para las que no tenía respuestas que me obligaban a procrastinar, a no escribir, a no enfrentarme al juicio de los ojos de quien me lea.
Solía atormentarme, y aún sigo peleando contra ello, con el qué dirán, ¿estaré a la altura?, ¿realmente a alguien le importa lo que tenga que decir?, ¿quién soy siquiera para opinar?…
Alguien podría decir que eso es ser humilde, es ser cauto y prudente… pero no es esa la realidad, es falta de valor (y un autoengaño de libro).
Y es que muchas veces el principal obstáculo a desplegar nuestro potencial somos nosotros mismos. Somos nuestro propio archienemigo, somos esa voz en tu interior que te susurra que pares, que no estás a la altura, que no vales lo suficiente.
Nuestra mente es tan inteligente que para que no detectemos el engaño nos induce a pensar que son los otros los que nos juzgan, los que nos van a criticar, pero la carrera está perdida antes de haber empezado, el enemigo está en casa.
¿Y cómo se deshace uno de ese mal que tienes en tu interior y que te tiene secuestrado? Sinceramente no creo que haya una única solución, sino más bien una combinación de varias acciones. En mi caso he detectado que hay dos factores que me han ayudado especialmente a romper la barrera:
- El acompañamiento: de la misma manera que los jedi recurren a los maestros con más experiencia en búsqueda de perspectiva y consejo, yo me he apoyado en S, un amigo con buenos consejos y visión clara sobre la vida. S me dobla en edad, pero es capaz de ver a través de mis ojos y ha sabido dedicarme las palabras adecuadas en el momento preciso para ponerme en la dirección correcta.
- El autoconocimiento: uno nunca deja de conocerse a sí mismo, y da igual la edad que tengas cuando leas esto. Recientemente leí Ego is the enemy (Ryan Holiday) y descubrí que mi ego me estaba impidiendo avanzar, que estaba obsesionado y centrado en el resultado y no dedicándole el suficiente cariño al proceso. Cuando esto ocurre te estás paseando demasiado cerca del abismo, y conviene dar un paso atrás y coger distancia. Bien jugado Ryan.
Y de esta manera consigo romper la barrera y volver a remar en al dirección correcta, con el entusiasmo restaurado y las pilas recargadas. Sin duda todo el trabajo duro está aún por venir, y sin duda vendrán momentos de sombra y dificultad, pero con las cosas un poquito más claras estoy seguro que será más fácil superar el envite.
Por cierto, el tema del acompañamiento no lo inventaron los jedi, viene de mucho antes, pero me parece fundamental para cualquier aspecto de la vida: fe, profesión, deporte, relaciones personales…
Dos tips para cerrar:
- Foscus on the process: obsesionarse con el proceso, olvidarse de buscar el resultado. Como decía George Leonard en su libro Mastery, «you have to love the Plateau».
- Indiferencia ignaciana: como decía San Ignacio de Loyola en el Principio y Fundamento, hacerse indiferente a todas las cosas; sólo desear y elegir aquello que contribuye al fin para el que hemos sido creados. Este concepto, aplicado a tu vida puede traducirse en que seas indiferente a lo que te rodea y no lo desees sino te acerca a tu objetivo (como preocuparse por cuanta gente lee lo que escribes o le da a un botoncito donde pone like).