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Fábula del leñador que no afilaba su sierra

¿Conoces la historia del leñador que no paraba de cortar árboles ni para descansar? Lógicamente no la conoces, me la acabo de inventar.

Había un buen leñador, llamémosle Scott, al que su jefe controlaba el desempeño cortando ábroles a través de varios KPIs. La cultura de la empresa del leñador era, como en muchas otras organizaciones de hoy en día, una donde los KPIs eran muy muy importantes. Tenían muchos cuadros de mando para vigilar que todos estuvieran en verde, y semanalmente mucha gente se encargaba de hacer y enviar informes de seguimiento sobre estos KPIs. Se podría decir que en lugar de tener los KPIs a su servicio, en esa empresa se vivía al servicio de los KPIs.

El jefe del leñador, llamémosle Patrick, estaba preocupado con el rendimiento de Scott, ya que su productividad no hacía más que bajar. Patrick no era un líder especialmente efectivo, y su estilo de liderazgo dejaba un poco que desear, pues, aunque se afanaba en motivar a Scott para que hiciera mejor su trabajo, no encontraba las palancas adecuadas.

Un buen día Patrick tuvo la brillante idea de apuntar a Scott a unas formaciones para leñadores que organizaba una famosa escuela de negocios del bosque. Scott era un poco escéptico ante la idea de acudir a una escuela de negocios a que le enseñaran a hacer algo que llevaba toda la vida haciendo. ¿Pero qué me van a enseñar a mi? Lo único que van a conseguir es que gaste mi preciado tiempo y no pueda dedicarme a cortar árboles, que es lo que realmente importa.

Como Scott era un trabajador diligente decidió que iría a las formaciones y que trataría de obtener lo máximo del tiempo que estuviera fuera del bosque en clase. La simple idea de cambiar su sierra por un lápiz le ponía nervioso, pero era concienzudo y estaba decidido.

Cuando se acercaba la fecha de arrancar las formaciones Patrick recibió la noticia de un importante pedido de troncos que había hecho un cliente, y decidió que lo suyo era aplazar la participación de Scott en las formaciones para que pudiera dedicarse a cortar troncos y así hacer frente al pedido. Scott se quedó un poco desanimado, pues se había llegado a ilusionar con la idea de que la formación le podría enseñar algo para hacer mejor su trabajo.

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Hasta aquí la fábula del leñador Scott.

¿En alguna empresa se ha visto algo así alguna vez? La formación siempre está entre las primeras medidas de cualquier plan de acción, pero cuando llega la hora de la verdad es la primera en ser quitada de la lista de prioridades. La verdad es que puedo llegar a entenderlo, la formación nunca es urgente (aunque sí pueda ser importante), y enviar a uno de tus recursos a formación implica que deje de hacer durante un tiempo su trabajo. En una cultura empresarial poco madura, que una persona se ausente de su puesto para hacer otras cosas cuando hay trabajo que sacar adelante, puede ser visto como una locura.

Pero analicemos las implicaciones de la decisión de Patrick, el jefe del leñador:

¿Qué ocurre cuando vamos aplazando temas no urgentes, pero que son importantes? Sólo ocurre una cosa, y es que nos complicando la vida y entramos en una zona de riesgo de la que es difícil salir. Corremos el riesgo de pasar de ser leñadores a bomberos que apagan fuegos, y hay algunos fuegos que cuando salen a la luz son realmente complicados de extinguir.

¿Conoces la matriz de Eisenhower sobre la gestión del tiempo y tareas? Es una idea tan sencilla como potente para ser realmente efectivos con nuestro día.

¿Y qué implicaciones tiene para Scott? Le hemos mandado un mensaje que no olvidará: tu desarrollo no importa tanto como te intento hacer creer, aquí lo que cuenta es cortar árboles. Lanzar este tipo de mensajes de forma regular es peligroso, suelen ser este tipo de mensajes los que nos lleven a conductas de presencialismo, ley del mínimo esfuerzo, etc.

¿Y qué hay del pedido de mi cliente? No sabemos si llegaremos a tiempo a entregar ese pedido de árboles, pero en general tampoco el cliente se verá beneficiado de la decisión de Patrick. La razón es sencilla, tenemos un trabajador cuyo rendimiento sigue bajando, que está poco motivado para seguir con su tarea y que encima no tiene los recursos para hacer mejor su trabajo.

En definitiva, la formación es el equivalente en afilar el hacha o la sierra. Es dedicar un tiempo a prepararnos mejor, a mejorar nuestras herramientas de trabajo, desarrollar nuestras capacidades, nuestra gestión de nuestras responsabilidades… El leñador se podrá empeñar en seguir cortando troncos, pero si no destina tiempo a afilar su herramienta, su esfuerzo no será efectivo sino más bien lo contrario.

Está claro que con la formación no tenemos un botón mágico que soluciona los problemas de un plumazo, pero nos puede ayudar a funcionar mejor en el futuro.

Disclaimer: estas conclusiones dejan fuera muchas derivadas que habría que valorar en la vida real. A fin de cuentas, es una historia con la que pretendo sacar aprendizajes que he acumulado duramente mi experiencia laboral, en un primer momento como empleado y desde hace unos años como responsable de formación y desarrollo de una multinacional. Soy consciente de que muchas veces somos muy ineficientes con la formación, formamos a personas en cosas que no necesitan o cuando no lo necesitan. Este post excluye estas situaciones 😉.

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